Carta núm. 1
Después de que os fuisteis de aquí, me hallé desconsolada y sola de todo lo que es compañía, porque quedé entre dos mozas que me dieron de comer, las quales para el cuerpo no son alivio, pues ni se debe hablar con ellas porque non omnes capiunt hoc verbum; ni lo son para el espíritu, porque según son materiales, no le tienen. Atribúleme con una soledad tan grande, sin saber de qué me espanto; porque si la tenía de mi marido, parecióme fuera de propósito tenerla agora desta suerte más que en estos días, pues ha quatro que está ausente.
Si de amigos, también, pues los veo harto, y no los hay tales en el mundo que merezcan que se haga caso de su ausencia, porque al mejor tiempo buscan sus remedios corporales con que pasan los desabrimientos del espíritu, como hicisteis vos ayer, según me han informado.
Si esta soledad procedía de mí misma, no supe de qué, porque si algo fui algún día, lo soy agora, de aquello que yo llamo verdadero y sustancial ser, que lo demás de hermosura llévalo una calentura o dos partos o tres años de más edad o un poco de descontento, y las demás veces, la diversidad de las opiniones; que lo que a unos parece bien, otros lo juzgan por malísimo.
En fin, con todas estas imaginaciones crecía más la pena de la soledad y no sabía caer en la quenta de qué, hasta que atiné que tenía ausentes tres cosas mías que la falta de la menor dellas basta para engendrar tal pasión, las quales son: la voluntad, la afición y la libertad de espíritu, que son las compañeras más leales del alma, porque en faltar todas éstas, todo está ausente.
Pues estando la voluntad en otra persona, no puedo yo tenerla en mí misma, ni querer otro que no sea aquello; y si la afición está empleada en otra parte, aun está peor que la voluntad, porque en siendo afición es pasión y engaño, y trae a las gentes embelesadas de tal suerte que mira lo que les cumple y no lo hace; sino que les acaece como al que le dieran yerbas, que se queda diciendo siempre la misma cosa que gustaba al tiempo que enfermó, o sea, a propósito o fuera dél. Pues la libertad ¿qué es della estando un alma de la suerte que digo? ¿Qué me queda? A ser como dice mi Agustín: suspirabam ligatus non ferro alieno sed mea ferrea voluntate: velle, enim, meum, tenebat, inimicus, et inde mihi catena finxerat et constrinserat me dura servitute. Y faltando la libertad ¿qué puede haber de consuelo ni contento? Que sola ésta sustenta quando se tiene, y duele cuando se pierde.
Así que yo, con las lástimas de mi soledad, acójome a escribíroslas, no para pediros remedio, que no hay quien le dé sino quien dio el daño, que es el alma; y como fue flaca quando se engañó, así es menester que sea valerosa para tornar en sí y sanar quod confractum fuerat. Pero dígolo per isfogar il mio intorno pianto de verme así, como el que llora, que toma consuelo de que le vean llorar, aun los no amigos; que la misma pasión de suyo finge (para ser menor) que se compadece quien ve sus lágrimas, y con éste engaño aliviase. Y lo bueno fue que para que de veras fuese engaño, llegando aquí me dieron el recado de la compañía que tenéis, donde no faltara Bacco y la otra su compañera que no merece ser nombrada. Estuve con tal recado por romper este papel; después no quise ni aún pude; que a estos términos soy llegada, y más adelante, a que dice el mismo mi Agustino: dum servitur voluntati, facta est necesitas y lo que más es para admirar, que con estar aquí estoy tan lejos de que vos estáis, conforme al sensual apetito de las demás gentes, y tan cerca de mi Illibata y limpia opinión y condición que jamás saldré della.
Verdad es que la tengo por diferente respecto de que se puede pensar que porque dura y no sea como todo lo corruptible que la, violencia trae al fin en breve. Y porque mis soledades no enfaden, que no debéis tenerlas con tal compañía y es al sordo música, no digo más dellas, más que rogaros que me busquéis algún medio, y si le halláredes que me satisfaga, se os decid lo de Virgilio: Philida solus habeto; y esto si sois griego; si no, aprended vos qué quiere decir
Filide
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